17 nov 2010

NANAS DE LA CEBOLLA

En enero de 1939, nació su segundo vástago, Manuel Miguel. Y fue a él a quien dedicó ya desde la cárcel las famosas “Nanas de la cebolla”. Y cuatro cuentos escritos en papel higiénico -“El potro oscuro”, “El conejito”, “Un hogar en el árbol” y “La gatita Mancha y el ovillo rojo”- que son realmente cuatro metáforas de la libertad que ya nunca recobraría.

Y es que, terminada la guerra y con la derrota republicana sobre sus espaldas, intentó huir de España a través de Portugal. Pero la policía lusa lo entregó a la Guardia Civil. Lo mandaron a las cárceles de Huelva y Sevilla y a la de Torrijos, en Madrid.

Luego, por sorpresa, lo dejaron libre. Y en vez de emprender la huida de España como otros, regresó a Orihuela junto a su mujer y su hijo. Allí lo detuvieron en septiembre de 1939. Sin haber cumplido los 29, comenzaron para él dos años de suplicio, de cárcel en cárcel.

En enero de 1940, un tribunal militar lo condenó a muerte por “chivato traidor” y por “escribir versos y ser el poeta del pueblo”. La pena capital le fue conmutada por 30 años de prisión gracias a la intercesión de amigos afines al régimen. Pero el 28 de marzo de 1942, la tuberculosis acabó con él en la enfermería de la prisión de Alicante. Tenía 31 años.

La condena a muerte nunca fue anulada. Y cien años después de su nacimiento, su familia aspira a que el Tribunal Supremo la revise y se demuestre su inocencia. Para ello, presentó en julio nuevos documentos, entre ellos los de otro proceso sumarísimo contra el poeta que se desconocía hasta entonces.

El gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero entregó en marzo a la familia una Declaración de Reparación y Reconocimiento Personal del poeta. Pero para su familia “no es suficiente”. Quiere que los jueces “dicten lo que tienen que dictar: la inocencia”.

La cebolla es escarcha
cerrada y pobre:
escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla:
hielo negro y escarcha
grande y redonda.

En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.

Una mujer morena,
resuelta en luna,
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.

Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en los ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que en el alma al oírte,
bata el espacio.

Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.

Es tu risa la espada
más victoriosa.
Vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.

La carne aleteante,
súbito el párpado,
el vivir como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!

Desperté de ser niño.
Nunca despiertes.
Triste llevo la boca.
Ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.

Ser de vuelo tan alto,
tan extendido,
que tu carne parece
cielo cernido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!

Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.

Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.

Vuela niño en la doble
luna del pecho.
Él, triste de cebolla.
Tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.

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